Sin embargo, este cambio de estación también nos recuerda la importancia de mantener hábitos saludables de exposición al sol. Tomar sol en forma controlada puede traer beneficios para el cuerpo y la mente, pero hacerlo sin protección o por tiempo prolongado puede tener consecuencias que se acumulan con el paso de los años.
El desafío está en encontrar el equilibrio: aprovechar la energía del sol como fuente de bienestar, pero con una actitud consciente y preventiva.
Los beneficios del sol
El sol cumple un rol fundamental en la vida humana. La exposición moderada y segura a la radiación solar estimula procesos fisiológicos y emocionales que contribuyen al bienestar general:
Síntesis de vitamina D:
La radiación ultravioleta B (UVB) activa la producción de vitamina D en la piel. Esta vitamina es esencial para la absorción de calcio y fósforo, fortalece huesos y dientes, y colabora en el funcionamiento del sistema inmunológico. Su déficit se asocia a enfermedades óseas como la osteoporosis, y también a un mayor riesgo de infecciones y trastornos metabólicos.
Efecto positivo sobre el ánimo:
Tomar sol estimula la producción de serotonina, neurotransmisor vinculado a la sensación de placer, energía y estabilidad emocional. Por eso, durante las estaciones frías y con menos horas de luz, algunas personas experimentan mayor cansancio o tristeza estacional.
Regulación del reloj biológico:
La luz solar ayuda a sincronizar los ritmos circadianos, es decir, los ciclos naturales de sueño y vigilia. Exponerse a la luz natural durante la mañana mejora la calidad del descanso nocturno y favorece el rendimiento físico y mental.
Salud cardiovascular y metabólica:
Estudios recientes señalan que una exposición solar adecuada puede contribuir a reducir la presión arterial y mejorar la función vascular, gracias a la liberación de óxido nítrico en la piel.
En síntesis, el sol es un aliado de la salud cuando se lo incorpora con prudencia, como parte de una rutina equilibrada de movimiento, descanso y alimentación saludable.
Los riesgos de la exposición solar excesiva

El exceso de radiación ultravioleta (UVA y UVB) puede generar daños en el ADN de las células de la piel, que con el tiempo aumentan el riesgo de enfermedades y envejecimiento prematuro. Es importante saber que estos efectos son acumulativos: el daño solar se va sumando año tras año, incluso desde la infancia.
Quemaduras solares:
Son la reacción más inmediata. Se manifiestan con enrojecimiento, dolor y, en casos graves, ampollas. Las quemaduras repetidas en la infancia o adolescencia aumentan significativamente el riesgo de cáncer de piel en la adultez.
Fotoenvejecimiento:
La exposición crónica sin protección daña las fibras de colágeno y elastina, lo que provoca arrugas, manchas y pérdida de firmeza en la piel. Este envejecimiento prematuro es una de las consecuencias más visibles de la radiación solar.
Cáncer de piel:
Es el tipo de cáncer más frecuente a nivel mundial. Incluye el melanoma —la forma más agresiva— y otros tipos como el carcinoma basocelular y espinocelular. La prevención mediante el uso de protector solar y controles dermatológicos es clave para su detección temprana.
Daño ocular:
La radiación UV también afecta los ojos, pudiendo causar conjuntivitis actínica, cataratas o lesiones en la retina. Por eso se recomienda usar anteojos con filtro UV homologado, incluso en días nublados.
Golpe de calor y deshidratación:
En jornadas de altas temperaturas, el cuerpo puede tener dificultades para regular su temperatura interna. Esto puede generar mareos, fatiga extrema o desmayos, sobre todo en niños, adultos mayores y trabajadores al aire libre.
Recomendaciones para una exposición saludable
Disfrutar del sol es posible si se adoptan hábitos de protección diarios, especialmente durante los meses más cálidos.

1. Evitar el sol directo entre las 10 y las 16 horas, cuando la radiación ultravioleta alcanza sus niveles máximos.
2. Aplicar protector solar todos los días, incluso en días nublados. Debe tener FPS 30 o superior, ser de amplio espectro (UVA y UVB) y reaplicarse cada dos horas o después de nadar o transpirar.
3. Cubrir la piel con prendas livianas de algodón o lino, sombreros de ala ancha y gafas con protección UV.
4. Hidratarse constantemente, priorizando el agua sobre otras bebidas.
5. Cuidar especialmente a los niños y niñas, ya que su piel es más sensible al daño solar y no debe exponerse directamente al sol en los primeros meses de vida.
6. Revisar la piel regularmente y consultar al dermatólogo ante la aparición de manchas, lunares nuevos o cambios en los ya existentes.
Pequeñas acciones cotidianas, como aplicar protector solar antes de salir o elegir la sombra en espacios públicos, pueden marcar una gran diferencia en la salud a largo plazo.
En resumen
El sol es una fuente de energía, alegría y vida, pero también un factor que debemos aprender a manejar con respeto y conocimiento.
Esta temporada de primavera-verano, disfrutemos del aire libre con responsabilidad: hidratándonos bien, usando protección solar, buscando la sombra, y evitando los horarios de mayor radiación.
Porque cuidar nuestra piel es cuidar nuestra salud.
